sábado, 13 de julio de 2013

La HEREDAD de ELIAS MENASSA


¿Que te gustaría ser, cabeza de ratón o cola de león? Me preguntó mi papá un día.
Yo me quedé pensando la respuesta… 
         Mi padre me regaló además de muchas otras cosas, el don maravilloso de enseñarme a pensar y ese espíritu independiente que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida. Valores intangibles que nadie me ha podido arrebatar. Una auténtica heredad.
Quisiera ser cabeza de ratón discurro, después de una breve reflexión. No me gustaría tener jefe que me ordene como hacer las cosas.
Bueno, está bien. Pero deberíamos contemplar también, que las múltiples posibilidades dependen del tamaño del ratón y del leónMe contestó él. Y podrias ser cabeza de Leon.
Cuando era niña tenía especial fascinación, por ese ser insólito que aparecía y desaparecía, dejándome una sensación de vacío irreparable, con sus visitas intermitentes. Ansiaba disfrutar un poco mas de su refrescante presencia, portadora de paz.
Durante la pubertad, mantuve la ilusión de que mis padres volverían a unirse nuevamente y así podría disfrutar la interacción con ambos al unísono. Es este uno de mis sueños frustrados.Hubo momentos deliciosos, donde papá reunía a todos los hijos y fomentaba la alianza solidaria entre hermanos, aunque fuésemos hijos de madres diferentes. Esos eran días de fiesta para todos, porque su presencia nos estimulaba a dar lo mejor de nosotros. El pretendía que a pesar de ser criados en diferentes hogares, camináramos unidos por el gran cariño que nos tenía.
Cuando casi parecíamos lograrlo, él se marchaba y nunca se sabía en que fecha habría de regresar. De repente aparecía y todo resplandecía otra vez con esa gallardía y luz interior que mantuvo fulgurando hasta el día de su partida final. Desde entonces ya no volvimos a reunirnos los siete.
Nos contaba historias reales e imaginarias, dejándonos totalmente alucinados, porque ignorábamos donde terminaba la realidad y donde empezaba la fantasía. Le designamos “La Enciclopedia Ambulante”, porque poseía una vasta cultura, obtenida de sus innumerables aventuras, que él aderezaba copiosamente con su verbo retórico y dúctil.
Relataba hechos históricos disímiles a la historia formal. Era la única forma como me gustaba repasarla, narrada por él, ya que conocía al dedillo las versiones subterráneas de los mismos personajes que oficialmente nos pintaban como héroes, dándole una pincelada pueril y clandestina a esos ídolos de barro, que si bien habían protagonizado hechos heroicos y trascendentales, padecían debilidades y miserias como todos los mortales
Papá era un hombre sabio en su expresión y coherente en su proceder. Daba respuestas acertadas a cualquier interrogante o una solución armónica y conciliatoria para cualquier evento circunstancial. Su talante era sereno, sosegado y trasmitía certeza en su palabra amena y parsimoniosa. Además era irreverente y revolucionario en su pensar, a pesar de haber sido criado en un hogar conservador, que evidenciaba con voz tranquila y pausada, descollando con argumentos inteligentes de gran humanista y librepensador.
En ocasiones me recordaba a un cacique indígena. Su gran vocación de servicio hizo de él un amigo entrañable para quienes tuvieron el privilegio de pertenecer a su círculo de afectos reales. Un hombre que solo abría su boca para emitir juicios sanos sobre los demás. Su risa noble y generosa arrasaba; su encanto y magnetismo habían producido secuelas devastadoras en el género opuesto. Sus maneras refinadas, habíanle servido como arma en sus múltiples conquistas femeninas. Cuando le atraía una mujer, coqueteaba abiertamente. Sus ojos centelleaban en ese rostro masculino, de facciones angulares, con seducción y desparpajo.
Su caballerosidad de hombre gentil, era impecable. En su época le decían el Clark Gable colombiano. Todo esto sumado a dones artísticos como tocar violín e crear poesía lo mantuvieron siempre rodeado de mujeres bellas y jóvenes.
Su integridad erprueba de fuego. Su llegada a Cartagena desde Barranquilla dondevivía, desde que la familia se trasladara allí, se debió precisamente a un encargo oficial peliagudo que le solicitó el gobernador del departamentopor un desfalco perpetuado en la Licorera de Bolívar. Un amigo suyo lo había recomendado específicamente como el indicado para efectuar la auditoría.
Su misión era descubrir el hurto enmascarado que estaban provocando algunos empleadosprovenientes de familias honorables, los cuales conducían este patrimonio público a su libre antojoPretendían justificar la falta del licor sustraído, aduciendo que era secuela de la evaporación natural del alcohol. —Lo cual hacía jocoso este pasaje—.
Al sentirse descubiertos intentaron descaradamente sobornarlo y al no lograrlo, amenazaron su integridad física y la de su familia, pero advirtieron que este camino era imposible. Elías no se dejaba amedrentar por ese tipo de chantajes; su honra era impecable y así lo comprobó, poniendo en evidencia las irregularidades acaecidas allí de forma expedita.
Ahora, intuyo que sus temores y debilidades, tenían que ver con irresoluciones, emociones encontradas y algunas frustraciones, que escondía sigilosamente en su ánimo apasionado, con indecisiones que debidamente manejadas quizás no le hubiesen arrugado su tierno corazón. Porque debo reconocer que detrás de esas maneras suaves se encontraba una reciedumbre inmarcesible.
Una vez Sagrario y yo le preguntamos porque había sido mujeriego y el nos dio una explicación, que hasta la fecha no supe interpretarla como una excusa bastante buena para evitar que siguiéramos preguntando o una rotunda verdad que marcó su vida con el estigma iniciático del hombre que ha sido vulnerado en su inocencia por una mujer que no supo quererlo y lo había lacerado en lo mas profundo de su hombría: la infidelidad.
¡Juré nunca mas volverme a enamorar! Concluyó… y nos lo dijo con voz resuelta, dejando zanjado el tema de por vida.
Cuando yo terminaba la primaria en un colegio de monjas franciscanas, ya había empezado la época de mis travesuras y rebeldías y andaba a “pata pelá”, recorriendo el aserrío y revolcándome juguetona en las dunas de aserrín acumulado, al cepillar las vigas de madera. Sofía, obviamente no aprobaba mi comportamiento, pero Eliamenassa así le llamaban cuando estaba en su casa, para distinguirlo de los otros dos Elías que vivían allí se gozaba viéndome salvaguardar mi contexto de infante.
Un día, finalizando mi año escolar le mandaron una nota a mi papá, para que se remitieraa la escuela. A mí me resultó extraño, que Sofita no asistiera al llamado, sino él, quien nunca dedicó tiempo para estos menesteres. Pero nada dije, contenta de que por fin mis compañeras conocieran al buen mozo de mi padre.
No sé que hablaría él con la maestra, lo cierto fue que al regresar a casa me sentó sobre sus rodillas, mirándome con misericordia y dejando traslucir un talante donde se habían acumulado todas las culpas de su vida. Empezó a hacerme muchas preguntas. Primero, sencillas.
No te preocupes mijita, contesta lo que primero se te ocurraEra como una especie de test psicológico.
Seguidamente las preguntas fueron tomando un cariz mas comprometido y las respuestas demandaban una mayor reflexión. Su rostro se iba paulatinamente despejando de una nube gris que se había instalado en la profundidad de sus ojos. Ahora parecía más relajado, pero igualmente algo preocupado.
Solo hasta cuando fui mayor pude enterarme, que Talía, mi profesora de grupo, le había sugerido a mi padre, que yo tenía retraso mental. Él, veterano de la vida y ya un hombre mayor y jugado, quien tenía edad para ser mi abuelo, me acosó a preguntas escrutando mi siquis, buscando primero comprobar la teoría de la docente y entendiendo finalmente que lo que tenía esa señora, era una fuerte aversión hacia una alumna que constantemente le proveía de situaciones difíciles e inmanejables.
Optó por la solución más viable. Esas vacaciones, el carpintero fabricó un tablero gigante que mi papá pintó de negro mate, al tiempo que se avió con una caja de tizas y empezó para  una tortura que duraría los meses de las vacaciones. Pero al mismo tiempo me adelantó en muchas materias que luego al verlas en el bachillerato me resultaron muy fáciles, porque ya estaba aclimatada con ellas. Me ahorró asimismo muchas noches de desvelos, pues, adelanté notablemente en matemáticas que siempre ha sido para los latinos y costeños una asignatura difícil.
En muchas ocasiones hasta culminar mi bachillerato fui eximida de algunos exámenes finales, por llevar un promedio alto durante todo el año, lo que comprobó finalmente que era una chica normal, quizás con algunas carencias afectivas y rebeldías que afectaban mi comportamiento en la escuela, buscando llamar la atención. Los adolescentes no saben gobernar sus emociones e instintos primarios y aprenden a moderar la efervescencia que bulle como un torrente, cuando el tiempo y las circunstancias moldean suavemente el carácter.
Un día en una fiesta familiar, donde ya había ingerido algunos whiskys y su ánimo se hallaba templado, me reveló el horror que le produjo aquella entrevista con mi maestra. Y era que de alguna manera especulaba que su alcoholismo social había afectado mis neuronas.
Ese era el especial estilo que tenía Eliamenassa de resolver los problemas, como dicen en nuestras tierras: cura de burro
         Lo mismo para las enfermedades, tenía un librito, el famoso tratado de Plantas Medicinales, en el cual encontraba cura para cualquier dolencia que padeciéramos. Cuando venía de regreso de las inmediaciones de la  Sierra Nevada de Santa Marta, portaba una infinidad de yerbas que nos hacía tomar cuando estábamos enfermos. Usaba para la gastritis una llamada achicoria, pero que en cuanto esa pócima negra y tremendamente amarga pasaba por el esófago producía el efecto de una bendición, porque inmediatamente cesaba cualquier malestar. 
        Tenía un amigo que era muy chistoso, porque le había dado úlceras estomacales, entonces cuando estaba bebiendocolocaba al lado de la botella, un vaso con el cocimiento de achicoria e iba alternando los tragos de ron con los del mejunje, para aliviar la acidez que le producía este.
Recuerdo otra anécdota muy especial cuando ya estaba bordeando los setenta. A papá se le había dado por la terquedad de usar abarcas todo el tiempo y prefería ausentarse de las reuniones donde tenía obligatoriamente que usar zapatos de vestir creo que solo hizo la excepción para la ceremonia del matrimonio de Elías júniorEl aducía quejándose de los cayos que le atenazaban los pies en sus dedos largos y delgados que se maltrataban con el calzado corriente.
En una ocasión, un hombre joven y un poco farolero se burlo de él.
—¡Hey, corroncho—Aquí en la costa caribe denominan así a quienes pertenecen al campo, pero algunos aprovechan para usarlo como ofensa. Siempre andas en abarcas. ¿Que? ¿No tienes zapatos?!!!
Un Elías ecuánime, conservando su bella sonrisa, desplegó su sabia dialéctica y le respondió con argumentos reposados. Prolijamente fue desglosando y enumerando a todos aquellas eminencias y personajes de la antigüedad que habían usado sandalias, pasando por los filósofos griegos, los emperadores romanos y hasta Jesús el Cristo quien ha sido nada más y nada menos quien dividió la historia de la humanidad en dos. Mencionó nombres que algunos de nosotros y hasta el pobre hombre desconocíamos.
Todos ellos más grandes que tú y que yoAgregó y usaban sandalias... Además, déjame decirte, —con seguridad aplastante y avasalladora—. que si estas tan preocupado por la apariencia personal deberías examinar que el color de tu cinturón no hace juego con tus zapatos, una de las reglas mas elementales del buen vestir masculino.
Con esto, el interlocutor quedo pálido y sin habla, porque había hablado un varón que en otra época de su vida, solo vestía de lino blanco almidonado y cuidadosamente planchado; su cabello y bigotes daban un aspecto impecable. Su nombre que aparece actualmente en una placa en el colegio Biffi de Barranquilla como miembro honorario y fundador del centro cultural del colegio, junto a un grupo de intelectuales barranquilleros, semillero de escritores y artistasAhora en sus últimos años, solo pretendía tener una apariencia limpia y agradable, pero sin sacrificar su comodidad y había dejado a un lado la vanidad que se pretende en los años mozos.
Eso sí, sus parlamentos tenían un dejo exquisito siempre. Jamás maltrataba el lenguaje ni usaba muletillas para expresar alguna idea. Tampoco decía groserías ni palabras soeces, aunque estuviera enojado, ni permitía que lo hiciéramos en su presencia. Reprobaba hasta la palabra vaina, que es especialmente usada en nuestro país, digamos que “vaina” es una muletilla colombiana, querepresenta muchas cosas.
Su gran respeto y admiración por la lengua castellana, lo había hecho un gran estudioso de la misma, con la cual se sabía al dedillo las reglas gramaticales que en su época les enseñaban en formas de versos, para poder retenerlas en la memoria de por vida.
Una de las pocas veces que lo vi fuera de sí y logré sacarlo de casillas y fue precisamente al utilizar la palabra joder, en una pequeña discusión que sosteníamos.
Yo ya estaba casada, con dos hijos y le reté con la rebeldía que me caracterizó durante muchos años, haciéndole muchos reclamos que tenía guardados de viva voz.
En medio del fragor de la discusión, amagó con sacarse el cinturón de las trabillas.
Si no te callas en el acto, te daré los lapos que nunca te dí niñaMe dijo desafiándome. 
Al escuchar esa expresión, una chispa contenida por muchos años, activó un detonante que se hallaba adormecido y desgrané arrogante y resuelta muchas palabras que lesionaron como puñetazos:
Ajá, ahora si se acuerda de ser padre!
Estas detonaron la suya… me dio una cueriza olímpica, que todavía recuerdo; pero me quedé quieta y aguanté, porque en seguida me arrepentí y asumí que la merecía por irrespetuosa de la jerarquía paternal, que siempre debe prevalecer.
Aunque mi reacción fue de alta intensidad emocional, creo que hacia falta esta catarsis entre ambos, porque en mi fuero interno me pesaba el haberme perdido muchos días de mi vida con él y su ausencia la sentía como dolor recalcitrante.
Después del episodio, nos acercamos mucho, incluso con más respeto el uno por el otro. Yo, me comprometí conmigo misma a que nunca mas provocaría una situación límite con él y sospecho que él tampoco conmigo, porque su prudencia le aconsejaba no abrir esa Caja de Pandora, donde se hallaban celosamente resguardados reclamos antiguas heridas, que mejor era dejarlas estacionadasesperando que mitigara el dolor, ya que, sus castigos cuando era niña consistían en ponerme en un rincón de cara hacia adentro, sin rabia y con la paciencia alcahueta de un abuelo.
Recuerdo la vez que con mi hermana Sagrario fuimos a ver la película La Caldera del Diablo.  En esa época era considerada de una alta dosis de escenas comprometidas y no apta para laschicas impúberes que éramos, pero la verdad es que comparadas con las actuales eran bastante tontas. Cuando se enteró por nosotras mismas, él nos castigó durante media hora mirando la pared. --lo que llaman los estaudinenses time out-- Eso nos provocó un ataque de risa, entonces subió el castigo a una hora. Creo que no pasaron algunos minutos cuando ya se le había evaporado el enojo y nos permitió abandonar la penitencia.
Sofita decía: ¿Bueno, y a este hermano mío que le está pasando? Antes era inflexible con los castigos y ahora se está ablandando. Acaso has perdido la sensatez?
Calma, niña Soffy, hay que saber vivir --esa era una de sus frases favoritas--. Con voz tranquila la apaciguaba.
Cuando mi papá aún tenía bríos, los castigos eran más severos. Mi papá, había sido “el hombre de la casa” y padre sustituto de los hijos de mi tía: Toñito y Margarita, en su estancia en Barranquilla, cuando tío Elías se encontraba en las selvas de Urabá, negociando con maderas y mi tía asumía sola la responsabilidad de los muchachos, junto con él. Y no solamente él, eran todos los padres de ese época quienes infligían rigurosas penitencias a sus hijos, promulgando la famosa sentencia “la letra con sangre, entra y supongo que lo hacían pensando que procedían correctamente y además porque también habían mamado de lo mismo o peor, en una larga cadena interminable de maltrato a los hijos, que gracias a Dios ya ha ido despareciendo.
En algunas escuelas reconocidas los castigos eran pequeñas torturas, como aquella donde arrodillaban al penitente sobre granos de maíz, en la mitad del patio del colegio, a pleno sol de mediodía y expuesto a la vergüenza pública. Otro castigo era un reglazo contundente en las manos o en las nalgasPor suerte a mi lo que me tocó de aquella conducta irreflexiva de los educadores fue la enmienda que consistía en escribir muchas veces una frase en el papel, que perpetuaba repetidamentelo que no debía hacer.
No debo hablar durante la hora de clase. —Era una de las más comunes. Y había que repetirla cien o mil veces, de acuerdo a la magnitud de la falta.
En esos tiempos el tratamiento hacia los mayores, debía ser respetuoso y tanto a mis tíos como a mi padre, los llamaba de “Usted”. Jamás se me hubiera ocurrido tutear a mis mentores o a los profesores en el colegio.
Una de las sentencias que recuerdo de mi papá era:
“Cuando no hay nada bueno que decir, lo mejor será callar”,
“Cuando no sepas que hacer, lo mejor será aplazar la acción”.
El amigo de mi amigo, es mi amigo
El amigo de mi enemigo, es mi enemigo
El enemigo de mi amigo, es mi enemigo
El enemigo de mi enemigo, es mi amigo.
Al final de sus días, con su garganta erosionada por el cáncer de pulmón —que ya había hecho metástasis— y con una decisión irrevocable de no volver a pronunciar palabra, nos acompañamos en un silencio elocuente, comunicándonos a través de sus ojos expresivos, que nunca pararon de hablar y de trasmitirme lo que sentía.
La muerte le llegó de tanto desearla, porque el propio vehículo de su cuerpo ya le pesaba. Este anhelo se acrecentó cuando Alba Rosa, también invadida por el cáncer, partió de este mundo seis meses antes que él. Entonces mi padre apuró el cáliz de sus desencuentros y un buen día decidió no volver a comer, hallando en la muerte una liberación, luego de transitar el camino de autodestrucción y sucumbir ante el infierno de su adicción por el cigarrillo. 
       Repetidamente me trasmitía ese mensaje aciago en las cartas que me enviaba a Argentina. Aquí esbozo algunos segmentos de esas cartas:
“Casi siempre que me toco viajar, lo hice cuasi famélico al estilo derrotado pero, gozando siempre mis observaciones. Como es preciso reír y no habiendo de qué, pues me reía de mis sueños viajeros juveniles, cuando, cabalgando en mis fantasías sin sombras, escalaba los Alpes, oraba en Palestina, ayudaba ancianos o niños o bailaba en París con la enemiga más bella. Y ahora, valetudinario, ¿frustraciones? ¡¡Necuacuam!! Espíritu sereno, conforme y ecuánime, ríe de los males y goza el bienestar. Lucha para vencer o hasta vencer, y si resulta pírrica la victoria, goza por el solo hecho de haber luchado; y si le toca perder, se conforma filosóficamente con lo aprendido…
“EGO? Estoy en la última página, estoy firmando a ruegos, estoy en alguno de los patios del divino Dante. Las edades que inventaron nuestros abuelos fueron niñez, pubertad, juventud, etc.… pero se olvidaron de la “edad de las pastillas”, acrecentando las arcas de las transnacionales insaciables e insociables, que juegan con la salud de la humanidad vituperable y delictuosamente. Un día que yo no veré pero ustedes si, como a finales de este siglo, en una gran crisis como las de los años ´30 los arruinará, las acciones llegarán casi a nada y llorarán estas dístomas. Economicen y compren un terreno donde puedan sembrar, Para por lo menos pan comer”

       Hasta siempre, padre mio!

Oropendola

1 comentario:

  1. “El amigo de mi amigo, es mi amigo
    El amigo de mi enemigo, es mi enemigo
    El enemigo de mi amigo, es mi enemigo
    El enemigo de mi enemigo, es mi amigo”.
    La utilizó para hacerme memorizar la regla de los signos en la multiplicación de los números enteros... tal cual se la enseño hoy día a mis alumnos.. su espíritu sigue vivo.

    ResponderEliminar