miércoles, 2 de noviembre de 2011

SOMOS MORTALES

Cuando veo la muerte de cerca —como ahora— me recuerdo a mi misma que soy una simple mortal y todos los demás adornos con los que lleno mi vida, son arandelas que carecen de valor alguno.

Reconozco que veía a mi madre poderosa, llena de vigor y amando tanto la vida, que nunca imaginé que pronto estaría haciendo su obituario.

Cuando nació le cortaron el cordón umbilical con un machete pasado por candela —cosa que ella afirmaba con orgullo—. No sé si esa sentencia era cierta, pero impulsó tanto su propia vida y la de su familia que se negó a si misma muchas cosas y descuido su propia salud.

Ella nos contaba que cuando era niña, vio a su alrededor mucha pobreza, y en su interior se fue gestando un propósito —con ese motorcito que mantuvo encendido desde que fue concebida— de salir de ese estado y también sacar de allí a su madre y hermanos. 

Y lo consiguió. 
De hecho, le encantaba cocinar, alimentar a los demás, y muchas veces se quedaba sin probar bocado para dárselo a otros.
Siempre estuve celosa de toda esa gente a quien ella dedicaba atención y durante años, tuvimos enfrentamientos por ese motivo. Y solo hace poco me percaté que ella también me veía poderosa a mí:

 “Mija, tu eres como el gato, de cualquier forma que te tires, siempre caes de pies”—.
Me incitaba a perpetuar su misión, porque ella sembraba dándole a los demás, para que su prole pudiera cosechar por cualquier camino que transitara... y funciona...

Ella solo me llevaba 15 años!!... era una niña queriendo jugar con muñecas cuando me parió y me traspasó una buena porción de sus genes, —pero con la diferencia de que cuando cocino, el primer plato es para mí— porque ya veo lo que sucede cuando doy tanto a los demás y me olvido de mi.

Por otro lado, ella tenía una carencia atávica: 

Le falto vivir su niñez y juventud como Dios manda, con lo cual el apodo de la niña le iba bien. Era un CARNAVAL, —como le decía Alfredo Ibarra— una cajita de música, que le encantaba vestirse de colores, derrochando alegría... Cuando armaba un berrinche, conseguía lo que se proponía. Que maravilla!...
Esa faceta de ella me gustaba mucho, pero terminamos Isabel y yo convirtiéndonos en las madres de ella, y ella en la niña caprichosa con espíritu libre que no se dejaba avasallar por nadie.
Su alegría era desbordante 
cuando no estaba enojada porque cuando lo estaba, temblaba la tierra. 
Si, era una guerrera de emociones fuertes y se comió la vida a pedazos, tanto que la agotó.

Está su otra faceta de mujer vanidosa y coqueta. Se tomaba varias horas en su cuidado personal, siempre le gustó estar bien arreglada, con su cabello acicalado y uñas pintadas, —esa ración de genes me esquivó—. Siempre me estaba queriendo convertir en una mujer femenina como ella y nunca pudo. 
Ese fue el primer síntoma que observamos cuando empezó a presentar conductas extrañas: había descuidado su cuidado personal. Me acuerdo que le comenté a mi hijo David, y me dijo: 
“mami, si mi abuela no quiere arreglarse, está mal”… pilas…

Tengo muy presente la última vez que la ví en buen estado. Íbamos por la autopista hacia Jacksonville para encontrarnos con Isabel y Mary y de pronto vi el aviso de San Agustin, —una ciudad muy parecida a Cartagena, mas pequeñita y organizada— que queda sobre el Atlántico. Como teníamos tiempo, le dije:
—Mami, que te parece si vamos a conocer esta ciudad, que Nati me dijo que era bien bonita? 
Y me dijo:
—Claro mija... vamos pues!... 

Y nos fuimos a San Agustín, después decidimos que era más chévere quedarnos ahí, le avisamos a Isa y esa noche fuimos a pasear y a comer a un pub irlandés, se tomo sus cervecitas y estaba feliz con sus hijas y nieta, en ese ambiente de jolgorio, porque eso le encantaba, el ruido, la fiesta, la gente deambulando...

Como ella sabía que cuando manejo no me gusta que me llamen la atención, al día siguiente cuando nos despedíamos me dijo:

“Hija, no corras tanto en la carretera, maneja más despacio”. 
Y se fue con su nena consentida y a  la única que reconoció en todo momento, a Isabel. A mí cuando volví a verla ya enfermita me decía Silvia, el nombre de una de sus hermanas.
Y acá estoy, manejando más despacio, sorbiendo mis lagrimas y evaluando como va a ser nuestra vida sin esa referencia tan importante. Porque ella se hacía sentir, se imponía y se había convertido en el eje de nuestras vidas. Las de sus hijas, nietos, hermanas y las de muchos…
Que haremos sin nuestra líder?

ADIÓS MADRECITA, LA MAS BELLA DE TODAS!

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