domingo, 20 de junio de 2010

DE CARA A YOUSEFF

En este día especial del padre, quiero rendir homenaje a papa Dios; a todos los padres, papás, papitos, papacitos, papuchos, a mi abuelo JOSE DE LA CRUZ VERGARA, a mi padre ELIAS MENASSA, a mis hermanos varones y padres, y a mi esposo JORGE, amigos y familiares. Pero primordialmente hoy voy a estar con mi abuelo Youseff Menassa.



… ...Me pongo de cara frente a él y puedo verlo tal cual es… José o Yousef —en árabe— es un individuo alto, formidable, bizarro, de mirada recia y esencia sólida. Su constitución monolítica emana certezas. Una efigie descomunal convertida en leyenda, que cuando quiero desmitificarlo, se consolida más. La imagen que queda de los extintos —con quienes nunca intimamos— es soberbia, pues no liarnos con sus miserias los exime de remilgos prosaicos.
En 1905 emigró del Líbano, víctima de la persecución religiosa, que asolaba sus pagos, impulsando el éxodo de su mutilado país. Maronita por tradición familiar y con avezado espíritu aventurero, prefirió levantar velas e ir a las Américas, dado que su rebeldía le impedía someterse. La verdadera naturaleza de José era de paz, —y lo demostró en su proceder— pero le temía a su índole guerrera que se avivaba con fuerza.
A los inmigrantes libaneses, sirios y palestinos, les inscribían como turcos debido al pasaporte otomano, de ahí que quedaron llamándoles TURCOS. Mi papá, en sus exquisitas charlas —con pausas sabias— nos relató acerca de las guerras religiosas libradas por sus ancestros.
“Muchas gentes se matan por necesidades innecesarias”.

JOSE CON FELIPE (hijo de Tobias) Y ELIAS, mi papa


José, al llegar a tierras caribeñas desde Brasil — punto de arribo inicial— se topa con su primo Tobías —abuelo del famoso Menassa, maestro cerrajero, muy conocido en Cartagena— unidos por el mismo destierro milenario, se hermanan prontamente. Su encuentro fue en la Puerta de Oro de Colombia —la tropical Barranquilla— morada también de sus restos. Luego se traslada a la región sinuana, donde encuentra una elegante criolla en Chinú — Isidora Sánchez— Altiva y esbelta lo cautiva con su andar erguido y sus pómulos definidos que enmarcan su rostro dulce y sereno. Se convierte en la esposa de José y se establecen en una hacienda en Tres Palmas, pequeña población de la estepa cordobesa.
El libanés ama la tierra que lo cobija, integrándose en lo cotidiano. Su acervo cultural era criticado por los neófitos en culturas foráneas, que advertían estrafalarias ciertas costumbres del advenedizo.
—El turco come papaya biche. —Decían unos—.
—El turco come monte. — gruñían otros— solo porque cultivaba vegetales que deleitaba en ensaladas, acorde a su cultura gastronómica en las ubérrimas montañas de su patria; acá las verduras usadas eran la cebolla y el tomate. Las hortalizas de los fértiles valles del fundo libanés, son de un sabor refinado que resultan un deleite para el paladar.
José también era un esgrimista excelso, aunque solo usaba su bastón de ébano, como espada. Hay anécdotas sobre José y su bastoncillo. En una ocasión un personaje llamado Perrazunga, abordó a Isidora, su bella esposa, requebrándola con la osadía propia del patán. Con serenidad José soportó sus provocaciones y le invitó cordialmente a parar de merodearla; pero aquel interpretó su cortesía con falta de coraje, violando los códigos de hombres y abusando del poder que había logrado con alevosa intimidación en toda la zona. Al sobrepasar los límites de la dignidad, José optó por terminar éste acoso insostenible. En Cartagena, el periodista y escritor Gustavo Arango recrea con una anécdota, simpática lo sucedido, en el periódico El Universal, incluida en un artículo que escribió sobre mi hermano Elías Menassa jr. Aquí transcribo un fragmento del original:

...’"La gente se abanicaba en el bochorno y la modorra de la tarde, cuando empezó el revuelo y la carrera hasta la plaza.
El pueblo era un irregular conglomerado de casas con techo de palma perdido en la inmensidad de la sabana de Bolívar, bajo un sol que parecía triturarlo.
En medio de versiones fragmentadas y apuradas, que viajaron entre mecedoras, hamacas y ventanas, llegaron las noticias de una inminente lucha entre dos hombres que se estaban lanzando los primeros improperios en medio de la plaza.
"Por fin va a pasar algo en este pueblo", dijo alguno.
"Parece que Perrazunga está metido en el pleito", conjeturaban otros, acelerando el paso para desembocar en el peladero polvoriento donde dos hombres se miraban con fiereza acumulada: El uno, sórdido y ebrio, con un machete en la mano y el otro con gesto de altivez humillativa y un bastoncillo de ébano como única arma.
A prudente distancia, en grupitos apiñados en las pocas porciones de sombra que había en la plaza: bajo techos y almendros, la gente seguía hasta los imperceptibles movimientos.
Todos contuvieron el aliento cuando el Perrazunga lanzó los primeros golpes de machete. De su boca furiosa salían fieros insultos y gotas de saliva que al contacto con el sol, parecían chispas. El otro hombre eludía los ataques con movimientos precisos de sus pies, con pasitos a los lados y hacia atrás que enfurecían aún más a su atacante.
Y entonces todos vieron una imagen que jamás imaginaron que verían: Perrazunga el terror del pueblo y de muchos otros pueblos a la redonda, el hombre que se había enfrentado hasta el demonio, fue desarmado fácilmente por el otro por movimientos precisos y elegantes, movimientos de bastón.
Todos se preguntaron que vendría ahora. Por un momento se imaginaron al libanés dándole una palera inolvidable a su adversario. Pero no, Lo miró con una sonrisa exasperante y le ordenó:
"Recójalo"…Perrazunga rugía cuando tomó el machete del suelo.
Desde una de las mesas de la tienda, un hombre emocionado le dijo a su vecino: "El libanés no ha debido hacer eso. Te apuesto las cervezas que tomes que el Perrazunga lo parte en pedacitos".
Y el pueblo volvió a callar cuando el hombre furioso y ebrio empezó a mover sus brazos como aspas en busca del cuerpo huidizo y danzante de su adversario. Entonces volvió a suceder lo inimaginable: Con un certero golpe en la muñeca del Perrazunga, el libanés lo obligó a soltar nuevamente el machete.
Perrazunga y su sólido imperio del terror caían derrumbados ante la estilizada eficacia de un hombre venido de tierras lejanas.
"Recójalo", le volvió a decir el libanés, que veía la sonriente y creciente aprobación del pueblo que seguía la pelea desde las sombras. Pensó que su pasión de juventud le estaba permitiendo conquistar un nuevo hogar en esas tierras polvorientas y resecas que los hijos y los hijos de sus hijos amarían y llamarían su tierra.
Decidió divertirse, alegrarle a la gente el final de esa tarde, jugar y humillar.
Eludió uno de los ya fatigados manotazos de Perrazunga, dio círculos en torno al desconcierto de esa fiera sudorosa y domada. Percibió los temblores del miedo, la mirada que huye y que busca una salida algo digna.
Entonces puso suavemente su bastón sobre las manos curtidas de Perrazunga y éste dejó caer el machete con un gesto en el que también había un poco de gratitud.
"Recójalo o váyase", dijo José Menassa.
Nadie volvió a saber del Perrazunga en toda la extensión de la sabana"”. Gustavo Arango.

Parece que las manos de mi abuelo José tenían una fuerza innata y connatural. Cuentan que una vez se le encabritó su caballo favorito y con el ánimo de calmarlo le dio un revés tan contundente, que lo dejó muerto en el acto.
—La caja torácica de mi papá no cabía en las franelillas —contaba Sofita— así que tu abuela pacientemente debía añadirlas para albergar sus espaldas magníficas.
Mi abuelo había desarrollado esa contextura, debido a la tarea de construir su casa transportando rocas con sus manos recias. Reconozco que cuando Antonio —el único nieto que lo conoció en vida— contaba de su legendaria fuerza, pensé que exageraba. El me refirió que cuando el nivel del río Sinú bajaba en tiempos de sequía, se creaba una nueva ribera y la gran piedra donde amarraban los botes, la mudaban entre varios hombres al nuevo litoral. Yousef había levantado sin ayuda de nadie esa piedra colosal, como los cientos de rocas que trasladó por las montañas de Chahtoul, cuando era muchacho.
Cuando comprobé por fuentes distintas las leyendas, acepté estos hechos que habían circulado de boca en boca, habiéndolos enriquecido con adaptaciones personales que contribuían a darle un toque fabuloso de superhombre.
Pero igual, si no tuviera una historia excepcional, la relevancia que tiene en nuestros corazones, es el mero hecho de haber sido el padre más inmediato unas generaciones atrás y sin él no hubiéramos existido. No hay porque trascender, ni ser famoso para llegar al corazón de los nietos, tan solo pasar el mensaje de amor y principios que hemos venido recibiendo, esa es la mejor presea.
Igual, también quiero rendir homenaje a otro JOSË, mi abuelo José de la Cruz Vergara, que allá en la MOJANA, —sabanas de Bolívar— fue asesinado a mansalva en una confusión de identidades, dejando una prole de huérfanos a la de Dios. Gracias abuelo por tu estirpe.
Sobre él escribiré otro día…

FELIZ DIA!!
MI PADRE, ELIAS MENASSA

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